Archeos Society | 1 junio, 2023 | Space Cowboys
¡Hola, exploradores! Hoy os traemos la primera parte de una interesantísima serie en la que John McCambridge, el talentoso ilustrador de Archeos Society, compartirá algunas reflexiones sobre su trabajo en el juego. ¡Esperamos que lo encontréis tan interesante como nosotros!
En los últimos años he tenido el placer de trabajar con el equipo de Space Cowboys, principalmente en la franquicia T.IM.E. Stories. A principios de 2022 recibí una llamada de un miembro de la empresa para trabajar en un nuevo proyecto, solo que en algo completamente diferente esta vez.
El director del proyecto, Domitien Asselin de Williencourt, se presentó y me dio una breve visión general del proyecto y de su intención de ofrecer una nueva versión del conocido y querido juego Ethnos. ¡Qué honor, que me pidieran trabajar en una nueva versión de un juego de mesa en el que ya había trabajado uno de mis héroes artísticos, el legendario John Howe, que puso el listón muy alto en cuanto a expectativas de creatividad y calidad!
Una de mis grandes influencias desde muy joven es la historia local de la zona donde crecí, Ballycastle, en el condado de Antrim, Irlanda del Norte. Sólo unos pocos kilómetros separan esta parte de Irlanda de la salvaje costa occidental de Escocia. Durante siglos se libraron batallas entre los distintos clanes que querían dominar la costa norte de Irlanda y las numerosas islas que salpican el mar entre Escocia e Irlanda. En esta parte del noreste de Irlanda se encuentra la mundialmente conocida Calzada de los Gigantes.
El castillo de Dunluce es el más espectacular de todos, situado en lo alto de los acantilados con vistas a la agreste y escarpada costa que se extiende kilómetros a la redonda.
A las afueras de Ballycastle se encuentran los inquietantes restos del convento de Bonamargy. Fundado a finales del siglo XV, era un patio de recreo para mí cuando era niño, trepábamos por los muros de piedra y hablábamos sin parar de la enigmática monja negra (por el color de su túnica) Julia MacQuillan, que vivió en las ruinas del convento en el siglo XVII. Ella había profetizado sobre los acontecimientos que sucederían en los años siguientes a su muerte. Algunas profecías se cumplieron, otras aún no. Su lápida, con un agujero, se encuentra a la entrada de la iglesia principal, que de niño era un lugar de misterio y belleza.
Abadía de Bonamargy, la cripta se encuentra bajo el edificio del fondo, donde está la pequeña ventana.
Cuando yo tenía unos 12 años, corrió la noticia de que algunos niños mayores habían entrado en la cripta situada a lo largo de la pared en la nave de la iglesia. Para impedir la entrada, una pesada puerta de hierro oxidado se mantenía cerrada con un simple candado. Junto con mi hermano y mi hermana, un pequeño grupo de nosotros nos reunimos con lo que pudimos encontrar para explorar esta oscura y misteriosa abertura en la pared de la antigua iglesia.
Sosteniendo velas a medio consumir, nos adentramos temerosos en el túnel que conducía a la oscuridad del más allá. Cuando nuestros ojos se adaptaron a la luz, pudimos distinguir varios ataúdes grandes en fila, abiertos como latas de sardinas, con las cubiertas exteriores de madera podridas desde hacía tiempo. En las cajas de metal blanquecino yacían los restos de varios condes del Ulster y del célebre cacique Sorley Boy MacDonnell (Cuya azarosa y dramática vida era como algo que se hubiera leído en la serie de novelas Juego de Tronos, de G. G. R. Martin).
Tumba de las Monjas Negras en primer plano. Tumba de McDonnell al fondo de la nave, a la derecha.
Conteniendo la respiración por miedo y para no oler el aire viciado, no se oía nada más que el sonido de nuestros pies arrastrando los pies y el constante tintineo del agua que goteaba. La tenue luz de las velas parpadeaba con la brisa que llegaba del exterior, nuestras sombras bailaban en las paredes mientras buscábamos qué había en este lugar oscuro, premonitorio y prohibido.
En algunos de los ataúdes de plomo cubiertos de musgo, rotos y expuestos, yacían esqueletos; en otros, formas amorfas apenas visibles a la tenue luz de nuestras velas; una mano esquelética que rompía la superficie del agua putrefacta de uno de los ataúdes nos produjo un pavor espantoso. Al fondo de la sala, sobre una gran piedra, una calavera, con el pelo aún pegado a la nuca, yacía mirándonos con ojos huecos. Seguramente era la calavera de Sorely Boy McDonnell, que fruncía el ceño ante la intrusión en su lugar de descanso de un grupo de chavales en busca de aventuras un largo día de verano de 1981.
Los buscadores de tesoros habían entrado en la tumba muchas décadas antes para robar los objetos de valor que, según la leyenda, habían sido depositados en estos sarcófagos de plomo en el momento del entierro, unos cuatrocientos años antes.
En los muchos años transcurridos desde aquella memorable aventura de niño, siempre he buscado yacimientos arqueológicos de todo el mundo. Por nombrar algunos, el fabuloso yacimiento prehistórico de New Grange en Irlanda, Stonehenge y los enigmáticos círculos de piedra de Avebury en Inglaterra, la ciudad romana abandonada de Douga en las áridas colinas de Túnez, ruinas de templos perdidos en las selvas de Tailandia, Delfos en Grecia. Por la noche, con amigos, me adentraba en el laberinto de túneles bajo París llamado catacumbas. O visitaba castillos cátaros encaramados en lo alto de los acantilados del sur de Francia y, por último, pero no por ello menos importante, las alineaciones de piedras megalíticas de Carnac y la enigmática tumba prehistórica de la isla de Gavrinis, en Bretaña.
Trabajar en un juego de aventuras, arqueología y descubrimientos fue un sueño hecho realidad.
(Publicado originalmente en: Archeos Society’s Illustrator Diary by John McCambridge | BoardGameGeek)